En Arriondas, justo donde el valle del Sella se abre camino entre montañas, se encuentra El Corral del Indianu, un espacio que es mucho más que una mesa donde comer. Es la historia de un cocinero —José Antonio Campoviejo— y de su compañera inseparable, Yolanda Vega, que desde mediados de los años noventa han hecho de este rincón del oriente asturiano un refugio para quienes buscan sabor, autenticidad y emoción. Lo que comenzó como una casa de comidas con espíritu inquieto se ha transformado en una referencia de la cocina contemporánea del norte, con una estrella Michelin, dos Soles Repsol y un merecido lugar en el Top 10 de Asturias de la Guía Macarfi. Tres décadas después, El Corral sigue siendo ese sitio donde la gastronomía se entiende como un acto de amor al territorio, a la memoria y a la gente que lo habita.
Nada más cruzar la puerta, una impresionante bodega da la bienvenida al visitante, con un diseño a la altura de la cuidada selección de botellas que la integran. Una carta líquida que habla el mismo idioma que la cocina: coherencia, emoción y respeto por los clásicos bien ejecutados. Cada vino parece anticipar la experiencia que está por venir, un prólogo sensorial a la historia que se sirve en la mesa.
Av. de Europa, 14
33540 Arriondas Asturias
España
Campoviejo es un cocinero de los que cocinan mucho y alardea poco. Aunque su auténtica pasión es la pintura —se inspira en los grandes del color y confiesa que le habría encantado formar parte del “postimpresionismo de la emoción”—, su don indiscutible es la cocina. En ella encontró la forma más directa de expresarse, de crear belleza desde lo cotidiano y de transformar la materia prima en sentimiento. Y eso se percibe en cada detalle: en el respeto al producto, en el equilibrio entre lo ancestral y lo contemporáneo, en la manera en que cada plato cuenta un fragmento de Asturias. Su evolución ha sido constante, pero siempre fiel a sí mismo. En los primeros años, el menú se construía casi sobre la intuición y el buen gusto. Hoy, la propuesta se articula en torno a dos menús degustación que cambian con las estaciones y funcionan como un recorrido por su memoria culinaria. En ellos conviven recetas que ya son parte de la historia del restaurante —como la fabada reinterpretada, la ostra del Eo, el cordero xaldu con puré de apionabo o los oricios del Cantábrico— con creaciones más recientes, donde la técnica y la sensibilidad se dan la mano.
El producto y la honestidad por bandera en cocina y sala
El hilo conductor de su cocina sigue siendo el producto. Campoviejo trabaja con lo que tiene cerca y con quien comparte su manera de entender la tierra. Las verduras y hortalizas llegan de pequeños huertos locales; los pescados y mariscos, de las rulas del Cantábrico; y los quesos, de artesanos asturianos. Nada sobra, nada se disfraza. “No tiene sentido hablar de sostenibilidad si no te implicas en ella”, repite el chef. En su cocina hay compromiso, pero también una enorme libertad. Porque si algo define a El Corral del Indianu es esa mezcla entre precisión y locura, entre técnica y emoción.
Los menús son un reflejo de esa filosofía: platos como la ensalada templada de verduras del huerto con brotes silvestres, el bonito de costera curado y ahumado con manzana ácida, el huevo de pita pinta con crema de maíz y trufa o la merluza del pinchu con jugo de guisantes y citronela muestran la madurez de un cocinero que ha aprendido a hacer sencillo lo complejo. Cada bocado está pensado para despertar recuerdos, reconectar con el entorno y, sobre todo, disfrutar sin prisa. En la sala, Yolanda Vega cuida cada detalle con una elegancia serena, de esas que se notan sin imponerse. Su presencia aporta equilibrio, naturalidad y esa calidez que convierte cada servicio en una experiencia cercana y humana. Mención especial merece la cuidada decoración del comedor, donde el arte y la luz dialogan con los sabores y completan la atmósfera del lugar.
Crecer sin perder la esencia
Comer en El Corral del Indianu no es solo disfrutar de una cocina impecable; es formar parte de una historia que continúa escribiéndose con coherencia y pasión. Es entender que la gastronomía puede ser emoción y territorio al mismo tiempo, sin artificios ni discursos vacíos. Campoviejo ha conseguido lo que pocos: crear un espacio que evoluciona sin perder su esencia, que mira al futuro con los pies firmemente hundidos en la tierra —y en la costa— asturiana.
Antes de marcharse, la terraza del Corral, acogedora y rodeada de vegetación, invita a prolongar la sobremesa. Es el lugar perfecto para dejarse llevar por la calma del valle, brindar, conversar y cerrar la visita con el mismo sosiego con el que comenzó: sintiendo que el tiempo aquí tiene otro ritmo.
Y es que lo que sucede en Arriondas no es solo una comida: es una manera de entender la vida a través de la cocina. Un viaje que empieza con el rumor del Sella al cruzar el puente, continúa en cada bocado y termina, inevitablemente, con una sonrisa tranquila y el corazón un poco más lleno. En El Corral del Indianu, la experiencia trasciende el plato. Cada sabor conecta con una historia, con una raíz, con esa forma tan asturiana de disfrutar lo sencillo sin renunciar a la profundidad.
Comer aquí es entender que la alta gastronomía no tiene por qué alejarse de lo humano, que puede ser cercana, cálida y profundamente real. Porque cuando un restaurante logra que cuerpo, mente y entorno respiren al mismo ritmo, deja de ser solo un lugar donde se come bien: se convierte en un refugio. Y eso es exactamente El Corral del Indianu: un rincón donde la tradición y la modernidad bailan al mismo compás, donde cada plato es una caricia y cada gesto, una muestra de afecto. Una propuesta que demuestra que, cuando la cocina se hace desde la verdad, el disfrute y la consciencia pueden convivir —y hacerlo, además, en armonía con la calidad de vida de quienes la crean y la disfrutan. En definitiva, un lugar para perderse y encontrarse, saboreando cada segundo.