Tenía apuntado en mi lista de restaurantes pendientes desde hace tiempo Alma of Spain, lo que había nacido hace tiempo como una tienda gourmet especializada en aceites, sal ahumada y jamón y que se había establecido como un comedor con cierta solera según contaban en plena calle José Abascal. Cuál fue mi sorpresa que al llamar para reservar me notificaron que el restaurante estaba cerrado temporalmente (sin poder darme más información sobre si iba a volver a abrir sus puertas o no) pero que ahora disponían de una nueva ubicación en Arturo Soria bajo el nombre de El Jardín de Alma. Reservé y cuál sería mi sorpresa que, al llegar, me encontré con el local que ocupaba el antiguo Thai Gardens, todo un remanso de paz nada más cruzar la M30 por el paso de la calle Costa Rica, aunque ahora dividido en dos restaurantes diferentes y, por lo tanto, con una terraza más pequeña.
Con sus plantas, su salón bien montado y mesas grandes bien distanciadas con mantel nos ofrecieron fuera de carta ese día unos berberechos que accedimos a agregar a la comanda. Buen calibre de unos bivalvos abiertos justo en su punto para quedar muy carnosos en su interior aunque la salsa que habían preparado para ellos restaba por la presencia del ajo su sabor; prefiero siempre los berberechos abiertos al vapor, con pocos añadidos, para respetar lo máximo posible la delicadeza de este marisco que suele tener un fondo dulzón.
La oferta gastronómica es de corte tradicional, con muchas preparaciones clásicas y también algunos platos que se desmarcan pero se vinculan estrechamente al producto. No faltan los torreznos, las croquetas de jamón, los huevos camperos con patatas, el salmorejo, las ostras, la lubina, el atún rojo o el solomillo que conviven intentando encontrar un equilibrio con las gyozas de pato, el ceviche de corvina o los tacos de rabo de toro. Recomiendan pedir los postres al mismo tiempo que la comanda salada porque dicen que su elaboración requerirá al menos quince minutos.
Así, con un cesto de pan variado y unas gildas de aperitivo, se relaja uno en un espacio de calma perfecto para ir a tomar algo de forma distendida y sin expectativas. Las croquetas de jamón son más que cremosas, casi líquidas, y tienen un marcado sabor a jamón, muy rico, aunque el rebozado tenga que ser trabajado para ser menos grueso: hay una capa de panko, ese pan rallado japonés que se queda “punky” pero probablemente antes otra pasada también por harina y huevo. Las gambas de cristal se comen como pipas, qué producto tan maravilloso nos aportan nuestros mares y llegan bien fritas sin exceso de grasa y unos puntos de alioli de lima.
Como entrante, también, quise probar el salmorejo cordobés, que llega con huevo duro y con jamón pero además una bolita de helado en el centro que rompe con cualquier recuerdo de salmorejo que se tenga y aporta un dulzor demasiado marcado. Me resultó, y puede ser que me equivoque, que había de fondo también un tono a pimiento que no termina de cuadrar en una receta que, tradicionalmente, cuenta con tomate, ajo, sal, pan y aceite de oliva virgen extra. Buena la densidad, espeso como tiene que ser el salmorejo.
Para una comida de compartirlo todo, y tras los berberechos, optamos también por probar los tacos de rabo de toro con cebolla encurtida y crema de aguacate. Las tortillas, de color rosa, quedaban demasiado grandes para la cantidad de carne guisada que había en su interior (de buen fondo, sabor y textura melosa) haciendo que predominara el sabor de las mismas antes que el propio relleno que debía ser el protagonista. Pedimos torreznos, pero nunca aparecieron, quizás porque los agregamos tras haber seleccionado ya el postre como último capricho.
Bien para rematar el coulant de chocolate, con mucha potencia e intensidad y una perfecta ejecución en la que habría que revisar ese helado de jengibre para lograr (o adquirir) uno más cremoso y con sabor más natural. Me quedaron pendientes platos principales como el lomo de rodaballo con arroz a banda y alioli de carabinero, el bacalao sobre crema de coliflor, aceite ahumado y berberechos o el steak tartare con torta de pan de aceite; quizás tendrían que haber sido elecciones en la mesa aquel día o alguno de los cócteles que ofrecen. Habrá que volver de noche, cuando corra algo más la brisa, suene la música y las pequeñas lucecillas iluminen un jardín que, efectivamente, está lleno de Alma.