
Hace poco más de un año que el barrio de El Putxet de Barcelona atesora una auténtica joya gastronómica. En una calle tranquila y peatonal que bordea la plaza del Mercado de Sant Gervasi encontramos la Bodega Garum, un restaurante-vermutería que recuerda las antiguas bodegas de Francia, con una carta amplia y variada.
No solo es una joya por su oferta gastronómica de calidad, ni por su privilegiada terraza a pie de calle; Garum también ofrece lo que cada vez cuesta más encontrar en la ciudad: el alma y la identidad de barrio. Y es que la proximidad se palpa notablemente entre las cuatro paredes del restaurante, concurrido de clientes habituales y vecinos que entran, saludan y conversan con familiaridad, como quien se siente en casa.
Ricard Torres, la mente y el cuerpo que hay detrás del restaurante, junto a todo su equipo, contribuyen a este trato cercano y local con una gran atención al comensal. Ricard es natural del barrio de El Putxet y, después de treinta y dos años trabajando en grupos grandes de restauración como Grupo Tragaluz y Grupo Isabella's, apostó por empezar un proyecto propio en su zona.
Carrer de Vilarós, 3, Sarrià-Sant Gervasi
08022 Barcelona Barcelona
España
De bodega a vermutería-restaurante
La intención inicial de Ricard era abrir una pequeña bodega de vinos y conservas, pero este concepto nunca llegó a materializarse como tal. La buena acogida y demanda de la clientela hizo crecer progresivamente la idea del negocio hasta abarcar una carta con gran variedad de tapas y platillos. “Todas las raciones son pequeñas, porque el concepto es que todo vaya al medio de la mesa y sea para compartir. Cada vez está menos presente el típico entrante, plato principal y postre, sobre todo por las noches”, explica Ricard.
La bodega ofrece una carta de vinos que contiene 190 referencias, —muchos de ellos catalanes, pero también con ofertas de todo el mundo—, que los clientes pueden comprar a precio de tienda o tomarlos allí por ocho euros más en concepto de descorche.
Además, también proponen un menú mediodía semanal que funciona como un plat du jour francés: un entrante, seguido de un principal, una bebida y un postre (18€). Una fórmula que, junto a otras propuestas de la carta, experimentará cambios porque, tras un año intenso, Garum se propone cuidar el cambio estacional y trabajar más con productos de la tierra a la vuelta de las vacaciones. “Queremos que la carta a partir de septiembre sea más dinámica, trabajar más con productos de temporada y cambiarla tres o cuatro veces al año”, detallan.

Desde un vermut improvisado, un tapeo casual o una comida especial
Lo que antes había sido un local de copas ahora acoge un interior coqueto y afrancesado, que invita a entrar y disfrutar de un buen ambiente, un buen servicio y, sobre todo, buenos platos delicatessen.
Un azul verdoso y un amarillo apagado visten la entrada del restaurante, situado en un entorno peatonal donde se respira barrio y tranquilidad. El espacio gastronómico se divide en la zona inicial de vermutería, pensada para picotear y tomar algo en alguna de las mesas altas de mármol o en la misma barra, y la “joya” del local: una elegante terraza a pie de calle perfecta para las vísperas y noches de verano.
Además de la vermutería, la zona interior también incluye área de restaurante: un comedor acogedor y decorado con encanto, con amplias mesas perfectas para una cita en pareja, una celebración en familia o un encuentro con amigos. Las estanterías de las paredes congregan los casi 200 vinos que recoge de la carta, todos en su temperatura, preparados para ser recomendados y degustados.

Productos de calidad que modernizan la tradición
La bodega apuesta por la cocina catalana con toques y propuestas modernas: recetas sin pretensiones que priorizan el producto local y la calidad: “¡Ofrezco lo mejor que sé hacer, y esto me da tranquilidad!”, confiesa Ricard con satisfacción. El orgullo que muestra está más que justificado: las tapas y los platillos que forman la carta de Garum son de una calidad óptima y muy variada, perfectamente complementada con su extensa carta de vinos.
Entre las opciones de picoteo destacan tres clásicos: las bravas Garum, la “ensaladilla” rusa y las tres croquetas de fricandó, —muy originales por el sabor de su bechamel hecha directamente con el caldo—, jamón y pollo al curri. Otra estrella que triunfa son sus buñuelos de bacalao con salsa romesco, un plato muy sabroso y con una textura y un rebozado inmejorable. La oferta gastronómica de Garum también incluye un buen apartado de platillos para compartir, como el atún con escabeche de setas, el mollete de calamares con ajo y salsa de ajo negro, —una innovación del bocata de calamares madrileño—, y dos paninis italianos: el Panini New York con pastrami de Nebraska y el Panini de mortadela, stracciatella di búfala, tomate seco y pesto.
Y para aquellos que prefieran algo más ligero y degustar una copa de vino, las tablas de quesos afinados, de embutidos ibéricos o de jamón ibérico de bellota son el acompañamiento ideal para la ocasión.

Un final dulce con sabor a casa
Y para poner el broche de oro a un tapeo excepcional llega el momento dulce. La carta de postres ofrece recetas tradicionales como la crema catalana, la torrija Garum, —de una textura muy golosa hecha con brioche francés—, y el cremoso pastel de queso; todas acompañadas de una bola de helado para acabar de deleitar el paladar.
Los postres, además de sellar un menú que no decae en ningún momento desde el primero hasta el último bocado, cierran una experiencia gastronómica que, antes de que termine, uno ya desea volver a repetir. Porque Garum es uno de esos bares a los que vuelves con los ojos cerrados, con la tranquilidad de saber que siempre comerás bien y te sentirás como en casa.











