Alchemist 1967

Alchemist 1967 es un bar de esos que no se encuentran habitualmente. Escondido en una zona centenaria del centro de Madrid, en la calle de las Veneras, que toma su nombre de las vieiras que decoraban las casas nobles del siglo XII. Hoy, entre el bullicio de la Gran Vía y el sentimiento antiguo de Santo Domingo, este pequeño rincón se presenta como una coctelería con alma e identidad. "Todo el barrio es un barrio con historia. El edificio donde está el local es de 1887”, apunta Stephen Matlin, la cabeza pensante al frente de esta magnífica propuesta.
Matlin es estadounidense, pero Madrid es su casa desde hace 27 años. "Vine por amor, pero me quedé por convicción", cuenta mientras acomoda un candelabro del siglo XIX sobre una preciosa mesa. Su pareja actual, su socio y un reputado cocinero han armado juntos este proyecto. El local, que respira lujo tranquilo, fue parafarmacia y luego taberna en años anteriores. Su sótano abovedado —de ladrillo antiguo, que aún no está abierto al público—, por cierto, data de 1620. "Ahí abajo vamos a hacer un reservado para ocho personas. Cenas maridadas con cócteles. Un espacio íntimo, único, con la posibilidad de mezclar, preparar y aprender".
El interiorismo, que firma Rebeca Ruiz, permite disfrutar de un espacio elegante sin caer en lo impostado. Telas nobles, terciopelo, piezas de anticuario, lámparas bajas, vajilla de plata y cristal de vidrio soplado son capaces de convivir en un equilibrio milimetrado. Todo tiene su debido interés, su historia. "Queríamos que fuera bello, pero sin arrogancia. Que la belleza no intimidara", comenta Matlin de un lugar que es deliciosamente elegante, a la vez que pone en valor la calidez y finura de los colores oscuros elegidos.
Una carta de cócteles creativos
El alma líquida del lugar la ha puesto Brian Norman, un bartender con años de experiencia en Madrid —Edition, 1862 Dry Bar, entre otros— que ha diseñado una carta que es un acertado relato del devenir del cóctel, tanto en sus orígenes como en el presente. "Transformar lo cotidiano en extraordinario. Eso es la alquimia. Eso es lo que intento con cada cóctel", revela mientras se sitúa detrás de la barra y comienza a explicar cada combinación.
La carta es un objeto premeditadamente bien engarzado. Ocho cócteles de autor ilustrados con símbolos alquímicos, frases crípticas y nombres como "Mercurio retrógrado" (bourbon, palo cortado, lima y humo de cerezo) o "Agua de vida" (un gimlet majestuoso al que le va muy bien los aromas y sabores del pesto). Cada trago tiene estructura, es redondo y mantiene la frescura que debe exigirse en una coctelería de nuestros días. Y todo servido en cristalería Blow —la misma que usan en el Club Matador y que ha sido diseñado por su bartender, Ángel Parra—, lo que eleva aún más la experiencia.
Además, hay un apartado especial dedicado al Dry Martini. "Es un homenaje. El Dry es cultura, liturgia, precisión", explica Matlin. La sección incluye una serie de martinis inspirados en los cuatro elementos de la alquimia: fuego, agua, tierra y aire. Todos distintos, todos medidos y diseñados para respetar su historia y evolución, manteniendo el balance ideal entre carga alcohólica y perfección en la mezcla. Y que desde aquí recomendamos acompañar con alguna de sus gildas, en especial la creada con atún Balfegó y salsa barbacoa coreana.
Los clásicos tienen su rincón especial en la elaboración de todo el imaginario de este fabuloso bar de copas: Margarita, Dark and Stormy, Negroni, Old Fashioned. Además, hay un homenaje a los cócteles "olvidados": esos tragos de los años 30, 40 y 50 que hoy no suenan pero que al probarlos nos permiten echar la vista atrás y devolvernos el pulso de una época que fue providencial para la evolución de las mezclas. "Queremos que la gente viaje. Que descubra. Que vuelva”, sentencia Matlin.

Bocados y tapeo deslumbrante
Sin embargo, Alchemist va un paso más allá. Juan José Canals, ex chef ejecutivo del grupo Tatel y actual responsable del restaurante Con Amor en Chamberí, ha diseñado una carta de comida pensada para acompañar y no robar protagonismo a los cócteles. Bocados con sentido, con gracia, y que no eluden la técnica y el sabor. El bikini trufado es un hit: pan crujiente, pastrami, queso comté envejecido, trufa negra. Los bos de cochinita pibil son sabrosos y finos. El steak tartar llega perfecto, sin exceso de picante, pero con personalidad. Lo hacen con solomillo de vaca vieja. Y hay tartar de atún con salsa cremosa picante que viene presentado en un brioche.
"No queríamos platos grandes. Queríamos momentos. Cosas que acompañen, que no te distraigan del cóctel, pero que lo eleven", explican. Cada plato entra bien, sin saturar, con una estética cuidada que acompaña la narrativa del bar sin robarle el foco a lo relevante, los cócteles de autor. La selección de vinos es breve pero afinada: Perrier-Jouët en champán (siempre helado), blancos nacionales con un punto bien definido (Somontano, Valdeorras, Rueda), tintos con estructura (Ribera, Jumilla, Madrid, Rioja). Las cervezas artesanas, como la Voll Damm doble malta, terminan por sumarse a una propuesta que no deja huecos. Y todo servido en copas Riedel 5.5, versátiles, finas, pensadas para elevar cada trago.
En definitiva, la filosofía de Alchemist 1967 podemos encontrarla en cada rincón del bar. "Hospitality, no servicio", insiste Steve. "No queremos ser un sitio elitista. Queremos ser un lugar donde uno se sienta mejor que cuando entró". Una declaración de intenciones en una ciudad que empieza a entender que beber bien también es un acto cultural.





