
¿Quién iba a pensar que una ex-azafata y un antiguo marinero acabarían cocinando en un foodtruck por varios festivales de Tenerife y que más tarde abrirían uno de los locales con más buen rollo del Puerto de la Cruz? Mareos, grúas, salsas orientales y croquetas de carbonara son algunas de las palabras que se han cruzado por el camino para llegar a lo que ahora es Gozo, un proyecto sin etiquetas, pero con un concepto muy claro: hacer que quien venga, lo goce.
De barcos de lujo a foodtruck en las calles
Sara era azafata de vuelo y Michele marinero. Se conocieron después del COVID cuando ella ya no volaba y él quería cambiar de rumbo. Michele decidió estudiar cocina y juntos se lanzaron a bordo de un velero de lujo durante dos años, navegando por el Mediterráneo y cocinando para familias millonarias. Sin días libres, con 17 horas de trabajo diario y con la obligación de no repetir jamás un plato, se embarcaron en lo que posteriormente abriría las puertas a su pasión. Allí descubrieron que la cocina podía ser una forma de crear, de improvisar, de conectar.
Cuando decidieron dejar atrás esa etapa, pusieron rumbo a Tenerife —la tierra de Sara y el hogar adoptivo de Michele desde hacía más de una década— con la ilusión de empezar algo propio. En primer lugar, pensaron en hacer cenas privadas, pero vieron el anuncio de un foodtruck en Barcelona y no lo pensaron dos veces. Michele, con ayuda de un amigo, puso a punto la furgoneta. “Montamos la cocina de un barco dentro de una furgo”, dice, sin exagerar.

El momento en que todo empezó a rodar
El primer evento en el que participaron con el foodtruck de Gozo fue el Festival Boreal, en septiembre de 2023. Con los nervios por bandera, sobreprodujeron como si esperaran alimentar a media isla. “Compramos dos congeladores y los teníamos llenos de croquetas”, recuerdan entre risas.
Luego llegó el Burger Fest Canarias en La Laguna. Aunque Gozo nunca fue una hamburguesería, Bernardo, el organizador del evento, les propuso participar. Era la primera vez que hacían hamburguesas y no sabían si daría la talla. No solo la dieron, sino que llegaron a la final y quedaron terceros. Sara lloró al recibir la noticia. “Pensé que se habían equivocado. No podía ser”. Ese empujón en los diferentes eventos fue decisivo. Les dio visibilidad, clientela y confianza.

El local del Puerto de la Cruz: brunch y mucho roll
Gracias a todo este reconocimiento y debido a la demanda del público de un local fijo, decidieron lanzarse a montar el local de Gozo en el Puerto de la Cruz, en noviembre de 2024.
No quieren tener una minuta extensa, ya que su lema es ofrecer productos frescos, así que la carta de Gozo cuenta con algunos entrantes, varias hamburguesas y su producto estrella, los roll bun, un producto único y especial, en los que todo está hecho por ellos dos, en el obrador que tienen allí mismo.
Al preguntarles cuáles son los roll bun imprescindibles, no dudan. “El roll bun de atún tartar, hecho al momento, con salsa gomadare (una salsa de sésamo de estilo japonesa) y pan negro con tinta de calamar, y el roll bun de steak tartar cortado a cuchillo con yema curada y papas crujientes”, explican. Posteriormente, añaden que hay dos más que siempre gustan a todo el mundo, por ser quizás menos arriesgados, el de pollo thai y el de american pulled pork.
Con los entrantes tampoco dudan, las croquetas de carbonara son la puerta de entrada perfecta. “La gente dice: si esto es así, ¿cómo será lo demás?”, cuenta Sara. También están los mojo rings, aros de cebolla con mayonesa de mojo y guiños orientales. “Le meto jengibre, lima, sésamo… una mayonesa con toques diferentes”, admite Michele.
Además, los sábados y domingos ofrecen brunch a la carta, con reserva previa. La carta para estos brunchs es diferente a la habitual, aunque con la misma filosofía de concentración, con productos frescos y pensada al detalle para evitar desperdicio.

Una experiencia con nombres propios
Más allá de la carta trabajada con cariño, Gozo es una experiencia construida por dos personas que se lo curran todo. Según Michele, Sara tiene el poder de empatizar con el cliente y hacerle sentir como si estuvieran en casa. “Para mí es como si vinieran a mi hogar”, recalca ella, “me encanta servir, hablar con la gente, tener contacto y recomendarles”.
Para el futuro, les gustaría reinterpretar la sensación que tenían en el barco y volver a hacer cosas diferentes cada día. “Queremos hacer street food, como lo que comimos en Perú o Tailandia. Seguir viajando, probando, y trayendo ideas nuevas”, dicen con la mirada en el horizonte.
De ahí ese nombre tan disfrutón y libre. Un proyecto sin etiquetas. Una historia que, como ellos, se reinventa sin perder su esencia.








