Cocina con fermentados: beneficios y recetas con kombucha, kimchi y miso
La conservación de productos está en la base prehistórica de la cocina, una de las actividades que nos diferencian y nos hacen humanos: ningún otro animal cocina sus alimentos. Y desde que empezamos a darnos brillo con la cocina, aprendimos como especie a aprovechar algunos procesos naturales como la deshidratación y la fermentación.
Una breve historia de la fermentación gastronómica
Aunque cuando actualmente hablamos de cocina de fermentación nos referimos generalmente a otro tipo de elaboraciones, la fermentación de frutos y cereales nos llevó a tener pan y cerveza, sin ir más lejos. Estos dos alimentos nacen de la fermentación del trigo y la cebada cuando en el Neolítico se produjo la domesticación de las plantas, con el nacimiento de la agricultura. La fermentación de lácteos nos trajo el queso, también con la aparición de los productos derivados de la ganadería: cuando domesticamos cabras, vacas y ovejas, empezamos a tener leche y tuvimos que buscar la manera de conservarla.
Todas estas elaboraciones nacieron como formas de conservación y con el tiempo derivaron en cocina del disfrute: con el paso de los siglos nos hicimos tan buenos al fermentar de forma controlada que estas elaboraciones se han convertido en auténticas delicias a menudo asociadas con el hedonismo, con ser felices al comer. Con disfrutar. Históricamente, la fermentación ha estado presente en casi todas las culturas culinarias del mundo. En Asia oriental, productos como el miso, el natto o el kimchi son pilares fundamentales de la dieta. En Europa, la fermentación láctica fue clave para conservar vegetales y productos lácteos, dando origen al chucrut o a una amplia gama de quesos. En América, pueblos originarios fermentaban maíz y bebidas como el chicha o el pulque. África y el mundo árabe han desarrollado fermentaciones como el injera o el lavan.
Actualmente la cocina de la fermentación despierta gran interés por ser beneficiosa para el organismo (favorece, beneficia y equilibra el sistema de microbiota intestinal) y también porque amplía el repertorio sensorial de la cocina con sabores complejos, ácidos, umami y texturas únicas. Este interés es especialmente destacado alrededor de tres elaboraciones emblemáticas: la kombucha, bebida de té fermentado con un perfil ácido y efervescente; el kimchi, preparación coreana de verduras fermentadas con condimentos intensos; y el miso, pasta japonesa elaborada con soja y koji, de sabor profundo y salino.

¿Qué son los alimentos fermentados?
Los alimentos fermentados son productos y elaboraciones que han sido transformados mediante la acción controlada de microorganismos —como son las bacterias, las levaduras o los mohos—, que consumen azúcares presentes en los productos originales y los convierten en otros compuestos con aromas y sabores distintos, por ejemplo, ácidos, gases o alcoholes. Este proceso bioquímico, es conocido como fermentación y no solo permite conservar los alimentos por más tiempo, también modifica profundamente su sabor, textura, aroma y valor nutricional.
Tipos de fermentación
Existen distintos tipos de fermentación según los microorganismos implicados y los productos resultantes.
Fermentación láctica: llevada a cabo principalmente por bacterias lácticas, transforma los azúcares en ácido láctico. Es el proceso detrás de alimentos como el kimchi, el chucrut, el yogur o el kéfir.
Fermentación alcohólica: típica de la kombucha, la cerveza o el vino, es realizada por levaduras que convierten los azúcares en etanol y dióxido de carbono.
Fermentación fúngica: propia del miso, el tempeh o la salsa de soja, implica el uso de mohos como el Aspergillus oryzae para descomponer proteínas y almidones, generando sabores umami y texturas complejas. A estas se suman otros procesos híbridos o secundarios como la fermentación acética (vinagre) o la propiónica (quesos como el Emmental).
Estas fermentaciones son una poderosa herramienta de transformación culinaria. Los sabores que emergen del proceso —ácidos, salinos, umami, complejos— son el resultado de una maduración controlada que transforma ingredientes simples en productos con profundidad gustativa, valor simbólico y funcionalidad digestiva.

Beneficios de los fermentados
Hemos hablado de la virtud palatal de los alimentos fermentados: están ricos, aportan sabores complejos y distintos a las elaboraciones. Pero tienen también un factor de beneficio saludable igualmente interesante. Hemos mencionado su factor equilibrante de la microbiota intestinal (esto ayuda en una mejor absorción de nutrientes y mayor resistencia a agentes patógenos). Pero, además, la fermentación también puede ser un factor que aumente la biodisponibilidad de algunas vitaminas, como por ejemplo las del grupo B y la vitamina K, además de mitigar o hacer disminuir compuestos no beneficiosos, como los fitatos.
El consumo regular de fermentados (no hace falta que sean exóticos, sin ir más lejos tenemos el caso del yogur) se asocia con mejoras en la respuesta inmunológica, con una disminución de la inflamación sistémica y está en discusión académica si son un factor en el estado de ánimo y la salud mental.
Desde el punto de vista gastronómico, los fermentados enriquecen la cocina con matices umami, ácidos y salinos que potencian el sabor de los platos y permiten una mayor profundidad culinaria sin recurrir a aditivos artificiales.
Algunos criterios clave para consumir alimentos fermentados vivos y seguros
1. Higiene y limpieza del entorno de fermentación
Todos los utensilios (tarros, cuchillos, tablas) deben estar bien lavados y, preferiblemente, esterilizados. Evita el contacto con manos sucias, paños contaminados o superficies sin desinfectar.
2. Ingredientes de calidad
Usa ingredientes frescos y sin signos de deterioro (como moho o podredumbre) y evita productos tratados con conservantes artificiales, ya que pueden inhibir la fermentación.
3. Uso correcto de la sal o del azúcar (según el tipo de fermentación)
Las concentraciones deben ser adecuadas para favorecer la actividad de los microorganismos beneficiosos y evitar contaminaciones (por ejemplo, 2–2,5% de sal sobre el peso del vegetal en fermentaciones lácticas como el kimchi o el chucrut).
4. Condiciones ambientales controladas
Temperaturas templadas (18–24 °C) favorecen una fermentación segura y controlada. Evita exponer los fermentados a luz solar directa o a temperaturas extremas.
5. Control de oxígeno según el tipo de fermentación
Algunas fermentaciones (como la láctica) requieren un entorno anaeróbico (sin aire), por lo que deben mantenerse sumergidas en salmuera o protegidas con peso y tapa. Otras (como la kombucha o el vinagre) necesitan acceso al oxígeno para que las levaduras y bacterias trabajen correctamente.
6. Observación de signos saludables
Olor: debe ser agradable, ácido, avinagrado o levemente fermentado, nunca pútrido ni fétido.
Aspecto: ausencia de mohos de colores vivos (verde, negro, rojo). La presencia de levaduras inofensivas (película blanca) es común, pero debe retirarse si aparece.
Gasificación controlada (en la kombucha, por ejemplo).
7. Etiquetado y conservación
Apunta siempre la fecha de elaboración de un alimento fermentado, es fundamental para tener una lectura correcta de la posible salubridad del mismo por haber pasado un tiempo excesivo desde la misma. Una vez elaborados, los tres fermentados que proponemos han de ser conservados convenientemente refrigerados.
8. Precauciones individuales
Personas inmunodeprimidas, embarazadas o con patologías intestinales deben consultar con un profesional antes de consumir fermentados vivos, y cualquier persona debería introducirlos progresivamente en la dieta si no se está acostumbrado.

Kombucha: origen, propiedades y recetas
La kombucha es una bebida fermentada a base de té endulzado con origen en la zona noreste de China, donde se consumía desde al menos el siglo III a.C., y se expandió por Rusia y Europa del Este antes de popularizarse en Occidente en el siglo XX. Tradicionalmente considerada un “elixir de vida”, su atractivo actual se basa en ser fresca y agradable, junto a los posibles beneficios para la salud.
El proceso de fermentación de la kombucha se basa en la acción de un cultivo simbiótico de bacterias y levaduras conocido como SCOBY (Symbiotic Culture of Bacteria and Yeast). Este cultivo transforma el té endulzado (habitualmente negro o verde con azúcar) en una bebida con ácidos orgánicos, enzimas, vitaminas del grupo B y compuestos bioactivos. Durante el proceso, el azúcar se consume parcialmente, disminuyendo su concentración, y se generan compuestos como el ácido acético, ácido glucurónico y pequeñas cantidades de alcohol (<0,5%).
Receta básica de kombucha casera
Ingredientes (rendimiento de aproximadamente 2 litros):
- 2 l de agua
- 140–160 g de azúcar blanca (aprox. 70–80 g por litro)
- 4 bolsitas de té negro o verde (o 10 g de té a granel)
- 1 SCOBY (cultivo simbiótico de bacterias y levaduras)
- 200 ml de kombucha ya fermentada (como iniciador; puede ser de una tanda anterior o comprada, sin pasteurizar)
Utensilios:
- Frasco de vidrio de 2,5 litros (evita plástico o metal)
- Tela fina o filtro de café + goma elástica
- Cucharón o jarra
- Embudo y botellas herméticas para embotellar
Elaboración:
Hierve 500 ml de agua, añade el té y el azúcar, y remueve bien hasta disolver. Deja infusionar 10–15 min, cuela si es necesario y añade el resto del agua fría para obtener 2 litros en total. Deja enfriar completamente a temperatura ambiente.
Vierte el té ya frío en el frasco de vidrio. Añade la kombucha madre (líquido iniciador) y coloca el SCOBY con cuidado (si se hunde al principio, no pasa nada: flotará más tarde).
Tapa con tela o filtro y sujeta con una goma elástica para evitar el ingreso de insectos. Deja fermentar a temperatura ambiente (21–26 °C), lejos de la luz directa, durante 7–10 días. Cuanto más tiempo fermente, más ácida será.
Cuando esté a tu gusto, retira el SCOBY (guárdalo para reutilizar) y embotella la kombucha, reservando 200 ml como iniciador para la siguiente tanda. Puedes consumirla tal cual o hacer una segunda fermentación con frutas o especias para añadir sabor y gas.
Opcionalmente, puedes añadir fruta o zumo (aprox. 10% del volumen), cierra con tapón hermético y deja fermentar 2–3 días a temperatura ambiente. Luego refrigera.

Recetas con kombucha
Kombucha aromatizada con frutas (segunda fermentación)
Una vez completada la primera fermentación básica (7–10 días), se embotella la kombucha con frutas, zumos o especias para desarrollar nuevos aromas y carbonatación. Ejemplos clásicos incluyen kombucha con jengibre y limón, con frutos rojos, o con manzana y canela. Se deja fermentar otros 2–4 días en botella hermética a temperatura ambiente, y luego se refrigera.
Reducción de kombucha como glaseado
La kombucha puede cocinarse lentamente a fuego bajo hasta reducir su volumen y concentrar su sabor ácido-dulce, creando un glaseado ideal para carnes blancas o vegetales asados. Se puede infusionar previamente con especias (como anís estrellado, pimienta o clavo) para obtener notas más complejas.
Kombucha en cócteles o marinados
En coctelería, la kombucha se utiliza como mezclador fermentado y ligeramente ácido, ideal para equilibrar destilados como ginebra, ron blanco o vermut. Se puede sustituir por la soda o el zumo en preparaciones como el mojito, o integrarse en cócteles de autor. También funciona como base para marinar pescado o pollo, aportando acidez natural, complejidad aromática y ligeros efectos ablandadores por su bajo contenido en ácido acético.

Cómo hacer kimchi en casa
El kimchi es uno de los alimentos fermentados más emblemáticos de Corea. Su historia se remonta a más de dos mil años y está profundamente ligada a la necesidad de conservar vegetales durante los fríos inviernos. Aunque sus orígenes eran simples –fermentar col china con sal y agua–, con la introducción del chile rojo en el siglo XVII tras los intercambios globales, el kimchi evolucionó hacia la versión picante y compleja que conocemos hoy. Actualmente existen más de 100 tipos documentados, variando según ingredientes, estación, región e incluso familias.
Ingredientes básicos y fermentación paso a paso
La versión clásica, conocida como ‘baechu kimchi’, se elabora principalmente con col china (‘napa cabbage’), rábano, ajo, jengibre, cebolla, sal y copos de chile rojo coreano (‘gochugaru’). También se incorpora una papilla de arroz o harina cocida como medio de fermentación, salsa de pescado (o alternativas vegetarianas como salsa de soja fermentada) y, en muchos casos, mariscos fermentados como el ‘jeotgal’ para enriquecer el umami.

Receta de kimchi básico casero
Ingredientes (para 2 frascos medianos):
- 1 col china (napa) de unos 1,5 kg
- 100 g de sal gruesa marina (sin yodo ni aditivos)
- 1 l de agua
- 1 zanahoria
- 4 cebolletas o ajos tiernos
- 4 dientes de ajo
- 1 trozo de jengibre (unos 3 cm)
- 2 cucharadas de salsa de pescado (opcional)
- 2 cucharadas de azúcar
- 2–4 cucharadas de gochugaru (copos de chile coreano, ajustar al gusto)
- 1 cucharadita de harina de arroz (opcional, para espesar la pasta)
- 100 ml de agua (para la papilla si se usa harina)
Elaboración:
Corta la col en cuartos a lo largo y luego en trozos grandes. Disuelve la sal en el agua y sumerge la col, asegurándote de que quede bien impregnada. Deja reposar entre 4 y 6 horas, removiendo de vez en cuando.
Enjuaga bien la col varias veces para quitar el exceso de sal. Déjala escurrir durante al menos 30 minutos.
Si usas harina de arroz, caliéntala con 100 ml de agua y el azúcar hasta formar una papilla. Deja enfriar. Tritura los ajos, el jengibre, la salsa de pescado y el gochugaru junto a la papilla (o sin ella si no la usas), hasta formar una pasta espesa.
Pela y corta la zanahoria en tiras finas. Corta las cebolletas en trozos de 4–5 cm. Mezcla estos vegetales con la pasta.
Ponte guantes y mezcla la col bien escurrida con la pasta de kimchi, masajeando para que se impregne por completo.
Introduce la mezcla en frascos limpios, presionando bien para eliminar el aire. Deja al menos 2 cm de espacio libre. Cierra ligeramente o cubre con una tapa suelta para permitir que escape gas. Fermenta a temperatura ambiente (20–22 °C) entre 1 y 3 días, según gusto y clima.
Cuando alcance el punto deseado de acidez, guarda en la nevera. Se conserva varias semanas y seguirá desarrollando sabor.
Este kimchi básico es versátil, delicioso y sirve como base para muchas recetas coreanas como kimchi-jeon (tortitas), kimchi jjigae (estofado) o kimchi bokkeumbap (arroz salteado).

Miso en la cocina: técnicas y aplicaciones
El miso es una pasta fermentada de origen japonés, elaborada tradicionalmente con soja, sal y koji (arroz o cebada inoculado con ‘Aspergillus oryzae’). Su historia se remonta al periodo Nara (siglo VIII), aunque se cree que sus raíces están en condimentos fermentados chinos como el 'jiang’. Durante siglos, el miso fue una fuente esencial de proteínas vegetales para las clases populares japonesas.
Existen múltiples tipos de miso, clasificados por color, ingredientes y duración de la fermentación. Los más conocidos son:
Shiro miso (miso blanco): de fermentación corta, sabor dulce y suave. Rico en arroz koji.
Aka miso (miso rojo): más salado e intenso, con fermentación prolongada y color oscuro.
Awase miso (miso mixto): mezcla de shiro y aka, con un perfil equilibrado.
Receta de miso casero (versión básica)
Ingredientes (para unos 1,5 kg de miso):
- 500 g de soja seca
- 500 g de arroz koji (se puede comprar ya inoculado)
- 150 g de sal marina sin yodo
- Agua filtrada
Elaboración:
Lava y remoja la soja durante 12 h. Cuece a fuego lento 2–3 h hasta que esté muy blanda. Escurre y deja enfriar.
Aplasta la soja cocida hasta obtener una pasta gruesa. Puedes usar pasapurés o robot de cocina.
Mezcla bien la pasta de soja con el arroz koji y 120 g de sal. Reserva el resto de la sal para cubrir.
Forma bolas con la mezcla, introdúcelas en un recipiente limpio (preferiblemente cerámico o de vidrio), prensando para eliminar bolsas de aire. Alisa la superficie y cubre con la sal restante.
Cubre con un peso y una gasa. Deja fermentar en un lugar fresco y oscuro entre 6 meses y 1 año. Con el tiempo, el sabor se intensifica.
Puedes probar a los 6 meses, aunque el miso más profundo requiere más tiempo. Guárdalo en frío una vez abierto.
El miso es extremadamente versátil en cocina y aporta profundidad de sabor y beneficios probióticos cuando no se somete a altas temperaturas.

Uso del miso en la cocina: recetas
Sopas de miso
La sopa de miso (miso shiru) es la preparación más emblemática. Se disuelve la pasta en caldo dashi y se añade tofu, alga wakame y cebolleta.
Glaseados y marinados (miso dengaku)
Mezclado con mirin, sake y azúcar, se aplica sobre berenjenas, pescados o carnes y se gratina brevemente.
Salsas y aliños
El miso se usa para enriquecer vinagretas, mayonesas o salsas para ensaladas.
Pastas para untar
Combinado con tahini o aceite de sésamo, da lugar a untables intensos y sabrosos.
