
La robata es una parrilla tradicional japonesa donde los alimentos se cocinan a fuego lento sobre brasas. No hay nada más sencillo ni tampoco más sabroso. En Nato Robata & Tapas Bar, ese fuego es el punto de partida y también su sello de identidad. Aquí todo pasa por su inconfundible parrilla, además de por el soplete y por el humo. El fuego al servicio del sabor, de la textura y de una cocina contemporánea de Madrid que busca sorprender sin complicarse demasiado.
C. de Elisa, 1, Usera
28026 Madrid Madrid
España
Un rincón tranquilo para esta taberna japonesa
Con esa idea, Furi (Ángel Francisco Pérez) montó Nato en un rincón tranquilo del madrileño barrio de Usera. En una esquina que antes fue panadería, luego bodega y ahora este bar con alma de taberna japonesa. A los pocos meses de abrir, ya hay lista de espera.
El local es pequeño y con estética sencilla: ladrillo visto, suelo de granito, sillas de bar de los de antes y una barra no demasiado larga. También cuentan con una improvisada terraza, hecha con cajas de cerveza como soporte, y música latina a buen volumen donde suenan los exitos del presente, que reubican a uno al continente americano: Bad Bunny, Rauw Alejandro, Karol G...

Una minuta precisa, pasada por la parrilla
En Nato todo gira en torno a una carta breve, de no más de diez tapas. Aunque siempre está bien preguntar por los fueras de carta, que son una delicia, y muchas veces juegan con la temporada o con excedentes de productos. Los platos y las raciones no suelen ser enormes, aunque algunos se pueden compartir sin problema. Por supuesto, la robata manda. Y lo que no pasa por las brasas, se remata con soplete.
El plato más representativo es la zamburiña. Lleva mantequilla noisette, pasta de trufa, soja, piñones y una anchoa de L’Escala. En mesa, Furi la funde con soplete y la ahúma con ramas de pino. Los olores y sabores nos transportan al mar y a la montaña indistintamente. Es una tapa mágica y llamativa. Otro fijo es el llamado salmón on fire, curado en salmuera y cortado como si fuera un tataki. Se sirve bajo una vaporera con hierbas aromáticas que perfuman el plato justo antes de destaparlo. Se acompaña con una salsa ponzu que le da matices cítricos y picantes. Un bocado sutil y directo.

Luego vienen otro tipo de deliciosos experimentos: un raviolo crujiente de cerdo y gambón con mayonesa spicy, una paloma de ensaladilla de mejillones escabechados, los pimientos asados con miso blanco y yuzukoshō. Quizás lo más contundente sean los pinchos morunos de cerdo y berenjena, que vienen acompañados con pan naan casero y ensalada libanesa. Y si hay suerte, como decíamos, aparece el fuera de carta. En esta ocasión pudimos disfrutar de una sorprendente careta de cerdo a baja temperatura, frita, pasada por la robata y pintada con sisho y furikake. Crujiente y adictiva a partes iguales.
En la parte líquida, Nato apuesta por las cervezas, que funcionan muy bien para refrescar. Y también por los vinos naturales. Hay blancos, naranjas, tintos, claretes y burbujas de método ancestral. Para el café o la sobremesa, lo ideal es cruzar al bar de enfrente. Los turnos de hora y media no dejan mucho lugar a que la cosa se desmande del tiempo prefijado
Los postres, por cierto, son dos: un flan espeso de AOVE y una mousse de chocolate con remolacha y vinagre de Jerez. Se agradece la profundidad y la simplicidad.

Mucho más que brasas niponas: una taberna con identidad propia
Rodando los 30-40 € por persona, Nato es una deliciosa y comprometida anomalía que juega a hacer lo que a veces se pide en un barrio de estas características: rico tapeo, sin precios excesivos y con una propuesta única y personal, que llega a los vecinos, pero que también traspasa los límites del barrio, para así conquistar los paladares de los madrileños más inquietos. Un proyecto personal, con cocina de verdad, con carácter, y con la ambición justa: hacer las cosas bien en un sitio pequeño. Un lugar ideal para cenar en Madrid traspasando las fronteras de la M-30.


