Qué son los sandos, los sándwiches japoneses
Quien haya viajado a Tokio sabe que basta entrar en cualquier konbini —esas tiendas de conveniencia abiertas 24 horas— para encontrarse con hileras de sandos perfectamente apilados en la nevera. Pan blanco, sin corteza y con un relleno que asoma con precisión quirúrgica. Da igual si es de huevo, de cerdo empanado o de fresas con nata: todos comparten esa estética impecable que parece hecha para Instagram, pero que en realidad responde a la filosofía japonesa de cuidar cada detalle.

Sándwich, sandoicchi… ¡sando!
La historia de los sandos arranca a finales del siglo XIX, en la era Meiji, cuando Japón abrió sus puertas a las influencias occidentales. Igual que ocurrió con el curry o la cerveza, el sándwich llegó como novedad extranjera y acabó transformándose en algo propio. La palabra inglesa sandwich se adaptó como sandoicchi y más tarde quedó reducida a sando, mucho más fácil de pronunciar y recordar. Pero los japoneses no se limitaron a copiarlo: lo rediseñaron. En lugar de un bocadillo contundente y rústico, optaron por uno delicado, suave y equilibrado.

El secreto está en el pan
Si hay algo que diferencia un sando de cualquier otro sándwich es el pan. El shokupan, como se llama en Japón, es un pan de molde especialmente tierno, con una miga húmeda y esponjosa que casi se deshace en la boca. Se elabora con leche, mantequilla e incluso un toque de nata, lo que le aporta un dulzor muy sutil y una textura que roza lo algodonoso. Además, que no se sirva con corteza lo hace más suave al morder y le aporta esa estética limpia y ordenada que tanto caracteriza a los sándwiches japoneses.

Los sandos más icónicos
Aunque hoy en día hay infinitas versiones —y cada cafetería de Tokio parece inventar la suya—, algunos sandos se han convertido en verdaderos clásicos de la gastronomía nipona.
El katsu sando quizá sea el más famoso: un filete de cerdo empanado en panko, frito hasta quedar crujiente y jugoso, colocado entre dos rebanadas de pan con un toque de salsa tonkatsu. Su éxito radica en el contraste: exterior dorado y crujiente e interior tierno. Es un bocado sencillo y a la vez reconfortante, perfecto tanto para una comida rápida como para un menú degustación en versión gourmet.
En el polo opuesto está el tamago sando, la opción más humilde y al mismo tiempo una de las más queridas. El relleno está compuesto por huevo duro y mayonesa japonesa —esa famosa Kewpie más ligera y ácida que la occidental— y se encuentra en todas las konbini del país. También existen versiones más sofisticadas con tortilla japonesa (tamagoyaki) en lugar de la ensalada de huevo.

El fruit sando es probablemente el más fotogénico. Rebanadas de pan blanco rellenas de nata montada y frutas frescas: fresas, kiwis, mangos, uvas… Lo importante no es solo el sabor, ligero y refrescante, sino el corte en diagonal que revela un mosaico de colores digno de portada de revista. Es la prueba de que en Japón incluso un postre puede convertirse en obra de precisión.
Y si hablamos de lujo, el gyukatsu sando se lleva la palma. Similar al katsu pero con filete de ternera, a menudo servido poco hecho para que el centro mantenga un rojo intenso. Suele encontrarse en restaurantes especializados y, como es lógico, el precio también se dispara: es la versión premium de los sándwiches japoneses.

Sabor, comodidad y estética
¿Por qué han triunfado tanto los sandos en Japón? Por un lado, son comida rápida en su máxima expresión: fáciles de transportar, listos para comer en cualquier parte y disponibles las 24 horas del día en cualquier konbini. Por otro, encajan perfectamente con la obsesión japonesa por la estética minimalista: líneas rectas, cortes limpios, rellenos proporcionados. Pero quizás lo más importante es que combinan ingredientes muy reconocibles —huevo, carne, fruta— con una ejecución que los hace únicos.

Cómo preparar sandos en casa
La buena noticia es que no hace falta viajar a Tokio para probar un buen sando. Aunque el auténtico shokupan es difícil de encontrar fuera de Japón, cualquier pan de molde suave (mejor si es de panadería y sin corteza) puede servir de base.
El truco está en respetar la simplicidad. Un katsu sando casero, por ejemplo, no requiere más que freír una chuleta de cerdo empanada con panko, añadir un poco de mayonesa japonesa y salsa tonkatsu y cerrarlo entre dos rebanadas de pan. La magia aparece al cortarlo en mitades o en rectángulos, dejando que el interior se muestre como protagonista.
Con el tamago sando basta con mezclar huevo duro con mayonesa Kewpie y rellenar. Lo importante es no sobrecargar y mantener esa suavidad característica. El fruit sando, en cambio, conviene montarlo, envolverlo en film y dejarlo reposar en la nevera un par de horas antes de cortarlo. Así la nata se asienta y el corte queda impecable.
Si alguna vez pensaste que los sándwiches eran aburridos, déjate sorprender por los sandos japoneses. Un pan suave, un relleno simple, un corte perfecto… ¡y de pronto, lo que parecía un sándwich cualquiera se convierte en uno memorable!
