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La pizza napolitana acaba de ser declarada por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Más que el producto en sí, lo que se reconoce es el trabajo de los 'pizzaioli', esos profesionales que desde hace más de doscientos años elaboran las masas, las hacen girar en el aire de forma espectacular y luego les añaden los ingredientes antes de introducirlas en hornos de leña para cocinarlas. Efectivamente la pizza nació en Nápoles.
A un paso de la Gran Vía, Hattori Hanzo llevó hace tres años a Madrid el concepto de izakayas o tabernas japonesas, espacios informales en los que comer pequeños bocados tradicionales que recuerdan a nuestras tapas.
Juanjo Canals es un cocinero aún joven que comenzó su andadura profesional en los dos restaurantes de su familia: Doña Paca y Doña Paca de Abajo. Ambos, aunque ya desaparecidos, fueron referencia durante largos años en Madrid de una cocina casera y sabrosa con fuertes raíces andaluzas ya que sus padres, María Fran y Salvador Canals, son cordobeses. María demostró siempre ser una gran cocinera. Sus guisos y, sobre todo, sus arroces marcaron época. Mientras que Salvador dirigía la sala con profesionalidad y el gracejo de su tierra de origen.
Se hacen llamar Petit Appetit (pequeño bocado en francés) y sus restaurantes han sido la sensación de estos últimos años. Cada nueva inauguración ha recibido la atención del público y los foodies más atentos. Y no es para menos, el grupo ha abierto ya cuatro locales con una enorme aceptación.
A mucha gente puede parecerle un concepto extraño. ¿Cómo es posible un restaurante japonés sin sushi y sin cocina caliente? Esa la arriesgada apuesta del joven cocinero y empresario extremeño Borja Gracia, quien a sus 29 años ha pasado bastante tiempo viviendo en Nueva York y en Tokio. En esta última se enamoró de la gastronomía nipona. Descubrió allí platos y sabores que apenas llegan a Europa, la denominada "nueva cocina japonesa", que parte de la tradición y se actualiza de forma creativa, sin fusiones.
En el corazón castizo de Madrid, frente a la popular plaza de las Vistillas, a un paso de la catedral de la Almudena y del Palacio Real, Casa Piluca mantiene la esencia de las viejas casas de comidas, esas que han conservado la identidad de la cocina tradicional madrileña incluso en los años en que parecía condenada a desaparecer.
El Chiringuito de El señor Martín , en la madrileña calle Mayor, es un lugar divertido, de ambiente marinero que se nutre del pescado de “el Señor Martín” en el cercano Mercado de San Miguel, una empresa premiada en varias ocasiones por su innovación.
El primero en abrir el pasado octubre fue Carmen Casa de Cocidos, un restaurante donde se ofrece como plato único cocido madrileño en servicio de comidas y La Santpere, restaurante de cocina tradicional catalana, que abre durante el servicio de cenas desde el pasado febrero.
Ibán González es la cara más visible de un trio de socios compuesto además por Leire Velasco y Marino Cid. El primero, fue el gerente durante los últimos diez años de vida del restaurante Samurai, un japonés que durante quince años se ubicó en la Cuesta de Santo Domingo, del que precisamente Marino, empresario de otros negocios ajenos a la hostelería, era su cliente. Cuando se cerró el establecimiento, empezaron a gestar la idea de una nueva apertura para no perder lo aprendido y lo disfrutado. Y ahora empiezan a vivir esta emocionante realidad.
Pepa Muñoz se define a sí misma como cocinera "autodidacta". Tras trabajar junto a su madre, Aurora Muñoz, primero en la Casa de Córdoba y más tarde en El Qüenco de la calle Alberto Alcocer, que más de 30 años después de su apertura sigue siendo un referente de la cocina andaluza en Madrid, Pepa decidió independizarse y abrió su propio restaurante.
La cocina italiana siempre ha gozado del favor de los españoles. Tiene muchos puntos en común con la nuestra. Al fin y al cabo dos cocinas mediterráneas que comparten ingredientes y filosofía. Por suerte, en los últimos años ha ido creciendo la relación de restaurantes cuya oferta gastronómica se acerca cada vez más a la autenticidad del recetario trasalpino.
La identidad de la cocina madrileña no hubiera sido posible sin las tascas ilustradas, esas casas de comidas que nacieron a finales del siglo XIX y que tan ligadas han estado a la historia de la ciudad. Felizmente recuperadas en los últimos años, han surgido así las “neotascas”, en las que jóvenes empresarios o cocineros conservan el espíritu, la estética y en buena parte el recetario de las antiguas.