/ Tradicional
Suma y sigue el grupo La Máquina. Son ya quince los restaurantes que gestionan en la actualidad en Madrid. El último este El Jardín de La Máquina, situado en El Plantío, en la salida noroeste de la capital. Un espacio muy especial, en una casa de campo rodeada por un gran jardín, que supone un paso más en el imperio gastronómico que maneja la familia Tejedor en poco más de tres décadas.
Un clásico entre los clásicos de la Costa del Sol. En julio de 1994, Florentino Morillas abría este restaurante bodega en el centro mismo de Fuengirola. Desde el principio apostó por una carta que combinaba dos estilos de cocina, la vasca, que había aprendido junto a su maestro, Pedro Bolinaga, y la andaluza, la que practicaba su familia en su localidad natal de Humilladero, en la sierra malagueña, siempre con un claro predominio de la primera.
La identidad de la cocina madrileña no hubiera sido posible sin las tascas ilustradas, esas casas de comidas que nacieron a finales del siglo XIX y que tan ligadas han estado a la historia de la ciudad. Felizmente recuperadas en los últimos años, han surgido así las “neotascas”, en las que jóvenes empresarios o cocineros conservan el espíritu, la estética y en buena parte el recetario de las antiguas.
Me atreviría a afirmar que pocos productos han demostrado tal capacidad de resistencia en las preferencias gastronómicas del país como el bacalao. Considerado alimento de pobres durante décadas, reubicado casi como ingrediente de lujo en los últimos tiempos, el bacalao parece no envejecer nunca.
Los turrones que preparan en la pastelería Uñó de Mataró (Barcelona) son una obra de arte. Y no lo decimos en sentido figurado, porque desde hace 19 años los Uñó convierten el trabajo de un artista local en una pieza comestible. La pastelería, que la familia dirige desde 1967, es una institución de la ciudad y se ha convertido también en una referencia fuera de ella. Y entre sus especialidades, un proyecto único: los turrones de autor.
En la puerta de La Uva Jumillana casi siempre hay gente. El hecho de que unas mesas altas en forma de barriles den servicio en el exterior y que los camareros dispongan los platos en bandejas de usar y tirar, ha hecho que poco a poco la clientela se acostumbre a pedir en la barra y a tomárselo fuera.
No es tradición en tierras valencianas la costumbre del tapeo, pero en el del barrio de El Cabañal encontramos uno de esos bares con solera de visita obligada. La fama de su anchoa ha destronado el monopolio del tapeo reservado al País Vasco, Madrid o Andalucía para extenderse hasta Valencia. La anchoa de Casa Guillermo es el talismán que atrae a locales y foráneos.
Situado en el Barrio Roca, en el municipio de Meliana y en plena huerta, Ca Pepico es imagen de la cocina valenciana de toda la vida. En un ambiente que recuerda a la Valencia de la primera mitad del siglo XX, utiliza recetas heredadas desde hace décadas y la materia prima de los alrededores.
Los bodegones de pimientos, limones y berenjenas ya se han convertido en un clásico de La Pequeña Taberna, situada muy cerca de la Plaza San Juan de la capital murciana. Este restaurante presenta, a priori, tres de las condiciones más demandadas por los comensales de la ciudad: un espacio bonito y cuidado, un servicio apropiado y un producto de temporada que se revisa todos los días en una de las principales plazas de abastos de la Región.
No existe una fórmula de alquimista, no hay más secreto que el trabajo diario y las ganas de revolución año tras año, para convertir lo que en 1986 era una pequeña brasería en Can Massana, un restaurante que en 2008 fue merecedor de recibir una estrella Michelin. Pere Massana, su chef y propietario, tiene un lema: "renovarse o morir", y está claro que las críticas nacionales e internacionales no están por la labor de dejarle salir de la cocina. Y él tampoco.