/ París

“Soy editor de lugares para vivir y comer, he tenido un sueño humanista: dar mejor de comer a los ciudadanos a un precio justo, ¡porque yo amo París”. Con estas palabras daba el pistoletazo de salida a principios de 2014 el proyecto gastronómico, cultural y urbanístico más ambicioso que la ciudad de la luz ha visto en los últimos tiempos: Le Jeune Rue.

Se acaba el tiempo. Los restauradores de Francia tienen hasta el 1 de enero de 2015 para aplicar en sus platos la nueva etiqueta 'Fait maison' (hecho en casa) promovida por la Secretaría de Estado de Comercio, Artesanía, Consumo y Economía Social y Solidaria.

Un amplio escaparate salpicado de piezas de colores, la elegante puerta en tonos grises. Dentro, un espacio multicolor, luminoso y amplio, donde grandes campanas de cristal protegen los delicados objetos de deseo. El local en cuestión, aunque lo parezca, no es una de las distinguidas boutiques de la Rue Montaigne, ni tampoco una exquisita joyería de Place Vendôme, se trata de La Pâtisserie des Rêves, la pastelería del siglo XXI que ha revolucionado París.

El queso es uno de los productos franceses por excelencia y, para muchos, junto al vino, el pan y el foie, el que mejor representa al país vecino. Cuando en 2010 la Unesco incluyó la gastronomía gala dentro de su patrimonio inmaterial, quedó claro que uno de sus mayores reclamos del país es el rey de los lácteos. En Francia se consumen 25 kilos por habitante al año (lejos de España, con 9 kilos) y es el primer país exportador de queso del mundo.

Prácticamente todos los grandes chefs hombres, en entrevistas, al inaugurar restaurante, al recibir una estrella Michelin o incluso al presentar un reality de aspirantes a cocineros agradecen a una figura concreta su éxito frente a los fogones: a su madre. La cocina, esa actividad tradicionalmente tan femenina de puertas para dentro, ha estado tomada en su versión comercial por esos hombres que aprendieron de mujeres muchos de sus secretos culinarios. Pero las cosas parecen estar cambiando.

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