Del 26 al 26 Abril, 2024
François Mitterrand era un gran amante del buen comer. A raíz del estreno de "La cocinera del presidente" recordamos la famosa y polémica última cena del presidente.

Imagen eliminada. Estos días está en cartelera “La cocinera del presidente”, una película francesa basada en la experiencia de Danièle Delpeuch, la que fue durante unos años cocinera privada del presidente François Mitterrand de 1988 a 1990. A veces podemos llegar a pensar que los poderosos no comen nunca ni tienen ningún interés por la gastronomía –más allá de las cuestiones puramente agrarias, de salud y comerciales, y aún así– pero en el caso de Mitterrand, la afición por la buena comida se convirtió en uno de los distintivos de su paso por el Elíseo. Vayamos por partes: en la peli, Delpeuch (aquí llamada Hortènse Laborie e interpretada por Catherine Frot) es una cocinera y divulgadora del Périgord –zona caliente del foie y la trufa– que es gestionada para dirigir la cocina privada de palacio. Ni la de las grandes cenas de estado, ni la de los empleados de la sede de gobierno, sino la del día a día de Mitterrand (interpretado por el filósofo Jean de Ormesson, que tiene un parecido físico con el presidente galo comparable a la de la servidora de ustedes).Pero las cosas no son sencillas: la cocina central del palacio tiene como combustible la testosterona, y ella ve cómo los que tendrían que ser sus compañeros le hacen el vacío. Cuando finalmente averigua qué le gusta comer al presidente (“Déme la cocina de mi abuela y tráigame lo mejor de Francia”, le dice él), empezará la aventura, y lo hará con un menú de huevos revueltos con setas, col rellena de salmón escocés –que en la película vemos preparar de forma que hace despertar el apetito– y un pastel Saint Honoré, en homenaje al Faubourg Saint-Honoré, que es donde está la residencia de la cabeza de estado en Francia. Pero de esta aventura Delpeuch salió bastante decepcionada por las trabas burocráticas, que le dificultaron acceder a los productores que ella conocía de primera mano y, finalmente, también a los médicos, al empezar a deteriorarse la salud del dignatario. Delpeuch había dimitido ya cuando Mitterrand murió en 1996, víctima de un cáncer de próstata. Por eso la película no recoge la historia más famosa en torno a la vertiente gastrónoma del político francés: la de su última cena. Imagen eliminada. Dice la leyenda que la nochevieja de 1995, ocho días antes de morir, el presidente se hizo rodear de treinta personas, entre amigos y familia, para una comida muy especial, y que incluía delicias prohibidas para él. El primer plato fueron ostras de Marennes, seguido por foie y capón. Todo delicioso, todo refinado, pero, a pesar de la indulgencia dietaria, nada fiuera de lo normal. Hasta el último plato. La historia dice que Mitterrand pidió que se sirvieran verderones, unos pajaritos que ahora están prohibidos cazar en Francia. El ritual de la preparación y el servicio era primario, un homenaje a la muerte y al placer: los verderones se están durante un mes con los ojos vendados comiendo mijo a todas horas. Cuando se han engordado se los hace morir ahogándolos con Armagnac y se los asa al horno. Los comensales se tapan la cabeza con una servilleta blanca para comérselos enteros, completamente en privado. El periodista de Esquire Michael Paterniti recrea la última cena de Mitterrand añadiendo que después de los verderones afirmó que ya no volvería a comer. No sabemos si fue así, probablemente, no, pero sí sabemos que la cocina ha sido una seña de identidad del estado francés, desde antes de la revolución. De los últimos presidentes sabemos que han compartido la pasión por el chocolate y las trufas. Que Pompidou era un enólogo aficionado y que Giscard d’Estaing era fan de la Nouvelle CuisineChirac comía mucho, y Sarkozy era bastante gourmet. Del actual ocupante del Elíseo, Françoise Hollande, no se sabe mucha cosa excepto que le gusta que le sirvan las salsas aparte. De Danièle Delpeuch sabemos que después de dejar los fogones del poder fue a cocinar durante un año para una base científica en la Antártida, y que ahora intenta cultivar trufas en Nueva Zelanda. Una trayectoria muy particular para una cocinera fuera del común: ni antes ni después de ella otra mujer ha cocinado en el Elíseo.