Se aproxima el invierno y el frío de la meseta nos enrojece la nariz cual reno Rudolf. Nos acercamos suplicantes al puesto de castañas albergando la esperanza de que la docena de estos deliciosos frutos caliente nuestras gélidas manos. Sin embargo, no nos engañemos, todos sabemos que lo que realmente nos reconfortaría sería un buen guiso de nuestras madres o abuelas. Uno de esos de toda la vida.